Si hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza. Y no puede existir nada más bello que la naturaleza misma, la que con su sabiduría ancestral e infinita crea formas fascinantes y colores imposibles llenos de vida. Pero no hay vida sin muerte y ésta no deja de ser bella, sobre todo cuando esa belleza es rescatada de entre los mares, recuperando respetuosamente lo que antes estuvo vivo y ahora se seca bajo el sol, frágil, en un último intento por deslumbrar a la afortunada mirada que, como cuando encuentra un tesoro, se recrea una y otra vez en la magia de la vida.